16 de enero de 2012

Adherida

Cuando se muere alguien con quien te has acostado, dudas de su cuerpo y del tuyo. El cuerpo tocado se retira de la hipótesis del reencuentro, se vuelve inverificable, pudo no existir. Tu propio cuerpo pierde materialidad. Los músculos se cargan de vapor. Desconocen qué apretaron. Cuando se muere alguien con quien has dormido, no vuelves a dormir de la misma manera. Tu cuerpo ya no se suelta del todo en la cama, se abre de brazos y piernas como al borde de un pozo, evitando la caída. Intenta despertarse más temprano, comprobar que al menos se posee a sí mismo. Cuando se muere alguien con quien te has acostado, las caricias que hiciste sobre ese cuerpo cambian de dirección. Pasan de presencia revivida a experiencia póstuma. Imaginar ahora esa piel tiene algo de salvación y algo de violación del tiempo. De necrofilia a posteriori. La belleza que alguna vez estuvo con nosotros se nos queda adherida. También su temor. También su daño.