26 de noviembre de 2016

América, Maestro

Descubierto el Aleph, descifrada la rayuela, transitados Comala, Santamaría y Macondo, desencantadas ciertas magias que jamás existieron, excepto en los prejuicios etnocéntricos y en las conveniencias editoriales, acaso quede la subversión como genuina forma de respeto a esos antecedentes. Arturo Belano y Ulises Lima, nómadas por principio, no imitaron a nadie. O aprendieron de aquellos a quienes nadie imitaba, como Di Benedetto o Wilcock. Similares desvíos habían elegido Felisberto, Copi, Ribeyro, Lamborghini, Fogwill. Eso mismo podría decirse hoy de Aira, Eltit, Molloy, Uhart. Más allá de la convención gramatical, el vocablo maestro mastica el patriarcado de nuestras bibliotecas. Esas que esperan equidad con las Ocampo, María Luisa Bombal, Elena Garro, Clarice Lispector, Rosario Castellanos o Yolanda Bedregal. Esas donde Sabato pesa insólitamente más que Puig. Esas donde algún día los poetas se caerán del estante superior para mancharnos las manos. Maestros nos remite a nuestros padres y abuelos, que nos han enseñado tantas cosas, también a olvidar. Iría siendo tiempo de recordar la soledad de nuestras madres, los combates de nuestras hermanas y la impaciencia de nuestras hijas, a las que necesitaremos para reescribirnos.

(la palabra Maestro fue comentada para el número especial de Babelia sobre literatura latinoamericana y los 30 años de la FIL de Guadalajara)